CULTURA
Agosto 2024
Cuenta la historia y la tradición oral que la princesa más hermosa de la tribu de los indios Cusiana —quienes habitaban estas tierras— era una mujer dorada como el oro puro, de ojos negros como su cabello, brillante como las estrellas. Esta princesa se encontraba sobre la piedra de cámara, un importante monolito usado en ceremonias de desposorio. Pero ella, al no querer casarse con un príncipe que no era de su agrado, saltó de la roca y corrió hacia la montaña. Allí, agotada, se reclinó sobre su dorso y, gracias a sus poderes mágicos, se transformó en el cerro del Aguamaco, evitando así ser tomada por quienes la perseguían.
Este relato ha sido recogido por José Crisanto Lizarazo en su libro Manhoa, donde también menciona que, en algunas épocas del año, el cerro del Aguamaco se une con los Farallones a través de un puente de oro, por el cual los genios de ambos intercambian sabiduría. El autor afirma que, a pesar de lo difícil que es ascender este cerro, volvería una y otra vez solo por probar el líquido del Ojo de Agua Aguablanca, que —según dice— sabe a leche y restaura las fuerzas.
En su relato, Lizarazo habla de tres rocas que forman un triángulo. Una tiene un hueco en su base con un fuego permanente que purifica pero no quema. Otra, de forma piramidal, muestra extraños jeroglíficos en bajo relieve y emana calor constantemente. La tercera parece un rostro indígena que, según se dice, “habla”. Tiene un orificio en una de sus orejas y, si se le hacen preguntas, responde en un suave tono de voz femenino… eso cuenta el escritor. Quizá un día usted mismo se anime a preguntar y escuchar qué le responde.
RELATOS QUE HACEN HISTORIA
El ascenso se hace sobre el cuerpo de la princesa: pasando por su rostro, su frente, hasta llegar a la meseta cubierta de vegetación, lirios blancos y estrellas. Estar allí, entre fantásticas rocas, es una experiencia espiritual. Cada vez que subimos, nos parecen más hermosas, más imponentes. El cerro ha sido parte esencial de la historia de Tauramena.
La señora Eva Muñoz (q.e.p.d.), dama de avanzada edad, nos contaba que su familia pastaba ganado cerca del Aguamaco por la calidad de los pastos. A la vez, le tenían respeto y casi temor: la leyenda decía que el cerro no recibía bien a todos. Algunos eran sorprendidos con lluvias, truenos, neblina cerrada… Su esposo Cayetano subió y no vio nada, pero otros sí tuvieron experiencias extraordinarias.
Eva recordaba a Carlos y Casimiro Páez, trabajadores de la finca. Casimiro relató que un amigo suyo, muerto por unos instantes, resucitó afirmando que había estado arriando mulas desde los Farallones hasta la Yeguera, pasando por el Aguamaco y Maní. Dijo que Tauramena está sobre un pozo de petróleo, pero que en el futuro quedaría como un desierto. También habló de tres vigas de oro que conectan estos lugares, y de un venado dorado en la quebrada La Yeguera, donde “dizque bailan los venados”.
OTROS TESTIMONIOS DEL CERRO
La señora Aurora Sanabria recuerda haber vivido en el Aguamaco desde que tiene memoria. Tal vez nació allí, aunque no lo puede confirmar porque la guerra de los años cincuenta le arrebató a sus padres. Regresó a los 13 o 14 años y, desde entonces, trabajó su tierra. Fue allí donde conoció al Mohan, figura mítica con quien — asegura— conversó muchas veces. Él pedía comida, pero nunca cocinada. Usaba creolina en lugar de sal y, aunque siempre cargaba bultos a la espalda, caminaba como si no pesaran.
Un día, en 1978, cayó una tormenta terrible. El cerro se desbordó en derrumbes, y con la creciente bajaron tesoros… y también 26 vacas de la finca de Aurora. El Mohan, dice ella, hizo trasteo ese día. Desde entonces, no ha vuelto a saberse de otro. Pero Aurora cree que el Aguamaco aún guarda más tesoros.
UN TESORO QUE PERMANECE: EL CERRO Y SU ESPÍRITU
Afortunadamente, el mayor tesoro quedó: esta hermosa cúspide. Así lo reconoce el Acuerdo N.º 019 de 1987, dictado —como dice la autora— por “los varones y varonas de Dios” que escucharon el susurro divino. Porque solo el Dios de los cielos, que conoce el futuro de sus hijos, sabía que el ecoturismo sería parte vital del desarrollo de Tauramena.
Es ahora, en este tiempo, cuando debemos proteger, valorar y amar este lugar sagrado. Este paisaje de naturaleza, cielo, estrellas, cuestas y planicies. Un espacio lleno de detalles, historias, desafíos y tesoros.
Gracias a los finqueros de la vereda Aguamaco, a doña Eva y doña Aurora por sus memorias, y a todos los que hoy demuestran su amor por este lugar. El amor que, como siempre, exige sacrificios… como el de subir el cuerpo de la princesa Cusiana: su cuello, su mentón, su nariz y su frente hasta admirar su cabellera desde lo alto.
La historia que aquí se ha escrito desde antes de 1663 será el legado de nuestras generaciones. De los que hemos pasado y de los que vendrán.





